Trescientos años han pasado desde que Daenerys Targaryen regresara a Poniente a lomos de sus dragones, recuperando el Trono de Hierro y devolviendo la paz a un país devorado por la guerra. Gobernó con justicia y sabiduría, casas grandes casas doblaron la rodillas y olvidaron sus diferencias, todo en aras de la reconstrucción de aquello que una vez fue perdido. Con el tiempo, las afrentas fueron olvidadas, recogidas como meras anécdotas en los libros de historia.

Muchos fueron los años de paz, muchos los de prosperidad y felicidad. Sin embargo, los refranes alzados al viento siempre traen tras de si un ápice de verdad. “Cuando nace un Targaryen los dioses lanzan una moneda al viento y deciden si su mente estará perturbada” y así sucedió que Viserys Targaryen nació más violento y visceral que el antepasado que portase su nombre y lo que es peor, nació con la incapacidad de dominar a sus dragones.

Tres eran, sombras gigantescas que asolaron Poniente, los señores de nuevo se alzaron en armas al ver como su gobernante un tirano sádico era incapaz de frenar aquel caos, avivando el mismo con sus acciones el torbellino de rabia y odio. ¿La consecuencia? Los territorios se desanexionaron. Un rey por cada grande casa, ahora cada uno se encargaría de sus propios problemas.

Pero...

¿Que entienden los dragones salvajes de soberanos o leyes? Nada, ellos solo entienden de sangre y fuego, de carne chamuscada, de terror. Y así fue como los campos fueron arrasados, las fortalezas destruidas, los muros desquebrajados y lo que no devastaron ellos, lo asoló la guerra.

¿Y ahora? Ahora los dragones han muerto, tan solo quedan las vagas leyendas de los huevos de dragón perdidos. Los reyes intentan recomponer sus propios territorios después de firmar una fragil tregua, motivada a la propia hambruna. Demasiados problemas existen en cada lugar como para pensar en una afrenta en contra de los vecinos....

…. O tal vez no....