Olvidar suena como una buena opción (Christopher Finnow)

Tenía que ser un novio atento, tenía que comprarle a Abigail un regalo por el aniversario de nuestro compromiso o la menos eso era lo que mi madre había sugerido y como buen hijo que soy salgo a buscarlo para no hacerla enfadar. Paso todo el maldito día en el Callejón Diagón, recorriendo cada una de las tiendas que traen consigo las tendencias en moda femenina pero no logro encontrar nada. Nada de lo que hay en los escaparates resulta ser lo demasiado bueno o demasiado adecuado. Me duele la cabeza y estoy mareado de tener tantas cosas femeninas delante de mí, simplemente no estoy en sintonía para pensar los gustos de mi futura esposa. Cada día esto se vuelve más complicado y no tengo idea si seguir adelante con este compromiso o qué, ell ano parece querer dar un paso atrás y después de todo es mi amiga y la quiero, no le voy a hacer pasar un mal rato rompiendo esta unión tan anunciada. Soy un ente vacío y eso me está carcomiendo.

Voy arrastrando los pies ya caída la noche, las tiendas comienzan a cerrar y sé que no tengo muchas otras cosas que hacer si todo decide cerrarme las puertas en la nariz. Al fondo del callejón se encuentra el remedio a mis males del día, el Caldero Chorreante jamás me decepciona y la verdad es que un trago de lo que sea me haría bastante bien.

Abro la puerta y ese perfil rubio destaca de entre la negrura de ese lugar. No voy a negarlo, me sé su silueta desde mil kilómetros de distancia. El corazón me late en los oído sy tengo que detenerme a respirar antes de siquiera a hacer algo, se ve demasiado ocupada como para reparar en mi presencia. Tengo que reprimir las asquerosas ganas que tengo de abrazarla por la espalda, de darle un beso en la mejilla y perderme en su aroma (sí, es que me sé de memoria). Merlín, me gusta demasiado…

Dejó atrás todo rastro de idiotez, me acerco a ella a la altura del oído pero no llego a tocarla, por más que muera por hacerlo. -¿Por qué no me invitaste?. Pregunto a forma de reprimenda con una sonrisa en el rostro. -¿Cómo estás, Cassie?-. Pregunto ocupando el lugar a su lado sin pedir permiso. Le pido un whisky de fuego al camarero casi sin mirarlo, es como si su rostro tuviera algo hipnótico que me impide quitarle los ojos de encima. En serio, es demasiado hermosa.

Me acomodo en el sitio a lado de la rubia hermosa que está en la barra, el cantinero nos atiende de inmediato y por el olor de las primeras palabras de la chica deduzco que lleva bastante tomando. No me importa que yo también me pongo así… mucho más de lo que me gusta admitir pero ahora no se trata de mí, se trata de ella y su bienestar y yo sólo quiero que Cassandra esté bien en toda la extensión de la palabra.

Hago una mueca de asco cuando menciona eso de los deberes de prometido. -Estar comprometido no me quita poder tomarme unos tragos con una amiga, ¿no?-. le digo de buen humor pero la palabra me suena amarga y eso no que he dado ningún trago al vaso de vidrio percudido que tengo delante. Tampoco me gusta eso de los deberes del prometido pero eso es lo que soy aunque nadie pueda vérmelo en ninguna argolla siento que el mundo puede leerlo en mi frente.

Niego con la cabeza, jamás pensaría que Goldsmith es pésima en ningún aspecto si es la mujer más dulce que conozco, no ha tenido una vida fácil últimamente por lo que yo me vuelvo el peor amigo al no haber estado tan atenta con ella pero desde que me comprometieron tengo mil y un deberes que cumplir antes de que me dejen hacer lo que me entra en gana.

-Eso de los regalos no importa nada-. le contesto con una sonrisa, lo que menos necesito es que precisamente ella me ande mandando regalitos para festejar algo que no me hace feliz, pero claro, eso sólo lo sabe una persona además de mí y tampoco es para nombrarla en este momento. Tampoco quiero que ella gaste nada, tanto las familias de Abigail como la mía bien pueden pagarnos todo lo que nos entre en gana y mi sueldo de jugador tampoco es una miseria. Lentamente caigo en la cuenta de que no quiero regalos y apuro el trago que tenía enfrente. -Pero dime, ¿qué celebramos hoy?-. Pregunto mientras pido otro trago, si me voy a perder en alcohol, pues me perderé con ella. Nunca ninguna idea sonó tan peligrosa.