¿Bonjour? Не, здравей

Fría tarde se cernía sobre las altas tierras escocesas. Producto de un engañoso y bipolar clima inglés. La mayoría del tiempo, sumamente triste, grisáceo y húmedo. Pero con lluvias precarias y Sol insignificante. Una fina pero constante brisa soplaba incansable sobre el ambiente. El búlgaro se encontraba en la torre de Astronomía, recargado sobre la barandilla, observando el paisaje.
Las copas de los árboles se mecían al compás del viento, con un son singular y mágico vaivén. El cielo, grisáceo como siempre, se aparecía manchada de nubarrones, lejanos, que anunciaban tormenta. O no, el clima inglés es impredecible como el solo.

El joven recargado sobre sola pierna y con la otra recargada en la baranda, se removió, intercalando las piernas. Dejando a la primera descansar, sintiéndola agarrotada. Su lengua relamió los labios resecos del muchacho y sus brazos se cruzaron dejando recaer el peso de su torso en el barandal. Era una tarde sombría, abierta, que se prestaba para la soledad. El búlgaro se sentía solo, hacía tiempo no compartía nada con nadie, de hecho, ni con su hermana hablaba hacía tiempo. —Acabaré volviéndome loco...— resopló en un quejido total de pesadumbre.

"Excusez-moi?" las palabras, con su deje gutural pero a la vez estilizado, en un claro y marcado francés, resonaron a sus espaldas. Ya había oído una ligera risa pero en ese entonces había creído que tan solo eran unos alumnos de pasada. El búlgaro se giró sobre si mismo, volteando para encontrarse con una figura femenina. De cabellera rubia, dos zafiros por ojos y facciones afiladas, sin duda alguna aquella joven era francesa. Y no es que pudiera afirmarlo o todas fueran rubias, portaran dos faroles por ojos y sus facciones fueran iguales a las de aquella muchacha. Pero si tenía ese aura, ese aire. El porte recio y elegante, la mirada altiva. Owen podía jactarse si se quería de conocer Francia, de conocer París y de ese modo muchos franceses. Y si había conocido algo de ellos es que tenían ese orgullo “nacionalité” que los caracterizaba.

—¿Hogwarts?— sugirió con un dejo de inocencia en su voz. —Está bien, un mal chiste, pero idos al caso combina con el día…— sugirió haciendo referencia al pésimo clima inglés. Y transformó un comentario propio de un inútil en otro mucho más elocuente. —Estamos en un torre claro, pero me parece que es una de clases ya que las otras son salas comunes o… tengo entendido que una tercera función es de lechucería…— comentó pensativo, cual Ravenclaw en pleno razonamiento complejo. —Sin duda alguna aquí no está la clase de Adivinación y teniendo en cuenta que desde esta torre se divisa el resto del castillo, es decir, estamos en el punto más alto… creo que solo hace falta un telescopio para dejarlo claro ¿no? — sugirió dándose él mismo cuenta también de donde se encontraba. Al fin y al cabo, Hogwarts como cualquier otro lugar, solo era complejo y laberíntico cuando uno se rehusaba a él. Cuando no quería aceptar los hechos, en su caso. No aceptar que Durmstrang era una simple ruina y aquel era su nuevo ¿hogar? O al menos residencia por un año.
Dio un paso hacia su interlocutora y la estudió de arriba abajo. ”Mmh, un siete, o seis cincuenta sin duda…” consideró el búlgaro. ”A ver que tal ese carácter normando…”. —Creo que no te conozco, o más bien, lo afirmaré… Yo soy Owen ¿y tú?— inquirió tratando de iniciar una conversación, taciturno. Sin duda alguna no habría hecho aquello de esa manera en una circunstancia… diferente. Pero idos al caso, las francesas, merecían trato especial.

¿Muy gracioso? Venga, ¿cómo debía interpretar eso? No había sido gracioso o al menos no había tenido la gracia suficiente como para remarcarlo. El búlgaro arrugó la nariz y clavó sus ojos cafés en la rubia estudiante de Beuxbatons. Se detuvo más de lo necesario en sus facciones, notando una nariz respingada y unos labios prominentes. Toda adornada por dos esmeraldas por ojos que destacaban a primera vista, para bien. Su acento francés le causaba cierta gracia, a la vez que le placía era suave pero con un toque mínimo y exacto de grotesco al pronunciar la ge junto con la erre. Sus pupilas contornearon con la mirada su mandíbula y barbilla, deslizándose hacia abajo. Recorrieron su torso y prestaron atención a su silueta. Era de complexión delgada, pero sin perder su curvilínea figura. Definitivamente un bocado dulce y jugoso que debía probar. —Y en Bulgaria un día de verano…— agregó nostálgico pensando en su tierra natal.

—No sé, yo aun lo dudo— decidió hacer del tonto para intentar de causarle mayor gracia, mientras le guiñaba un ojo con total picardía, fuera del papel de chico despistado que estaba jugando. Recorrió con la mirada el cosmos, nublado y gris, para luego centrarse en observar cada detalle de la torre en la que se encontraba, descubriendo un par de telescopios de latón por aquí y uno que otro banco de observación por allá. —Si, creo que es la torre de Astognomía…— contestó divertido, al oír e imitar el acento francés de la rubia.  

Las cejas del búlgaro se arquearon al recibir tan pomposo e inusual saludo. Pero rápidamente se recompuso, sonriendo con galantería. —El placer es  todo mío— contestó tenaz y galante, exagerando y acompañando sus palabras con un gesto exacerbado para hacerla reír al mismo tiempo. —Amélie… un nombre bonito…— afirmó para luego sonreírle con naturalidad y guiñarle un ojo con picardía.

La nariz del búlgaro se arrugó luego de notar como el ambiente se zumbía en el absoluto silencio. Solamente interrumpido por un bufido que por poco no pasó por burlón. ¿Tan patético era extrañar su hogar? Si, visto de un modo racional no tenía sentido. Quemaron te escuela y ya, estás en otra. ¿Cuál sería el problema? Pero no era un simple castillo Durmstrang, como probablemente no lo sería Hogwarts para quien lo cursara desde la niñez. Y lo mismo con Beuxbatons. ¿Y ella se burlaba? Arrugó aun más la nariz, ligeramente cabreado hasta que finalmente dejó escapar todo el aire de sus pulmones y se giró dándole la espalda, observando el paisaje. Disfrutando la vista que ofrecía aquel lado de la torre, desde donde se podía apreciar la inmensidad del lago negro acompañado de las copas de los árboles detrás, que suavemente danzaban al ritmo que la brisa marcaba.

—Nada, era una broma…— masculló tajante, soltando un suspiro de ligero fastidio. ¿Realmente lo estaba tomando por idiota de tal calibre? Es decir, una cosa es no saber torre de qué era, y otra muy distinta ni siquiera saber que estabas en una torre. Caminó hacia un extremo de la torre y se dio vuelta, recargándose de espaldas contra la barandilla. Su mirada aprovechó para contornear la silueta y el cuerpo de la francesa. Observando con deleite pero no sin disimulo cada curva de su cuerpo y sus piernas torneadas. Sus rasgos esbeltos y su cabello rubio platinado. Simplemente, exquisita.  —Vamos, si egs divegtigdo…— perseveró empleando su acento, tan solo para hacerla reír. Al menos sonreír de lado. Eso le arrebataría.

—No hay por qué…— musitó divertido, con un deje pomposo aún. La miró de reojo al voltear como ella, observando el paisaje y su cabeza se dejó llevar. Dos jóvenes solos, en una torre, totalmente desolada, sin nadie cerca. Solo hacía un poco del carisma del búlgaro y quizás pudiera llevar todo a buen puerto. O no. Pero en cualquier caso mejor ser derrotado por intentarlo que se derrotado por nunca haberse atrevido a jugar. ¿Cierto? —Entonces, podemos decir que ambos estamos perdidos ¿cierto?— preguntó por preguntar, con una sonrisa divertida en los labios mientras se trepaba ágilmente a la barandilla, sentándose sobre la misma en perfecto equilibrio, los reflejos del Quidditch y la agilidad desarrollada, le ayudaban bastante.

—¿Lo parezco?— contra-preguntó con curiosidad, dibujando una sonrisa en su rostro. En realidad, si lo estaba, después de todo, perderse no era para nada divertido. Sin embargo, el búlgaro consideraba y sopesaba la posibilidad de que aquello cambiara al encontrarse con aquella rubia. Después de todo, nunca se sabe con quien se está hablando ¿o no es así?
Le devolvió una mirada, pensativo, analizando su próxima jugada, después de todo, no pretendía que aquella fuera una mera charla casual en un atardecer triste en medio del castillo escocés.

Acabó de estudiar el cuerpo de la joven con una clara satisfacción en su rostro. Si, definitivamente aquella francesa no es que simplemente “estaba bien”. Tenía un cuerpo escultural, dicho de manera burda: ‘de puta madre’. Sin embargo, no dejó que aquello se notara, simplemente sonrió con picardía, mientras volvía a fijar su mirada en los ojos de la rubia, entablando un contacto intenso. Si, sabía que ella lo había descubierto “in fragganti” pero la daba igual. Después de todo, por muy disimulada que ella hubiera sido, tenía certeza y seguridad que ella también le había echado el ojo.
Siguió el trayecto de la Beuxbatons con la mirada hasta que la tuvo al lado y notó como se acomodaba, en aquella pose que no dejaba nada a la imaginación, pero si, todo al deseo. Se relamió, notando como, perdiéndose en su instinto más primitivo, se le iba la mirada hacia aquel escote infartante.

Sonrió al oírla, habiéndose sorprendido antes, al notar como ella volvía a cambiar la postura, apoyando sus manos sobre sus rodillas. Cosa que en un momento hizo que su cuerpo y sus músculos se tensaron, acto reflejo ante el miedo de perder el equilibrio. Sin embargo, al notar la suavidad con que ella se apoyó en él, se relajó y continuó como si nada. —En ese caso, puedo asumir que no es perdimos juntos… y si no me equivoco, eso cambia las cosas…— susurró, mientras una de sus manos, danzaba sobre el cuello de ella, acariciándolo ligeramente, hasta llegar al borde de su mandíbula y recorrerla hasta el mentón, del cual la tomó, haciendo que lo mirara directo a los ojos. Estableciendo una más que nerviosa cercanía entre sus rostros, para quién no pudiera soportarla. Quería probarla, quería saber de qué era capaz.

—De poder elegir, prefiero otras cosas de ti antes— replicó divertido y tajante, con algo de descaro, del mismo que se valió para guiñarle un ojo luego. Si, le estaba coqueteando, pero demasiado sutil, debía comenzar a jugar de manera un poco más… movida. Si había estado aburrido, ya no quería estarlo, esa era una decisión tomada del moreno. Sin embargo, el “cómo” se desaburriría era una cuestión totalmente diferente. Sopesaba una sola posibilidad de que lograría distraerlo. Lo que siempre. Mujeres.
Ni se inmutó ante las distancias cada vez más estrechas, hasta que no pudo contener una sonrisa divertida e interesada. Curioso de saber hasta que punto podía llegar la rubia, es como se encontraba Blödhgarm en esos momentos.

La provocación, fue el incentivo necesario y justo en su medida para que la rubia quedara en la misma realidad que el búlgaro. O en su defecto, se marchara de allí… ¿escandalizada? Más, Owen quería probarla, saber hasta dónde era capaz de llegar. Cuál era el límite de la Beauxbatons. Porque, si algo de cínico tenía el norteño, era eso, disfrutar con probar y jugar con las personas, a su manera del modo que más le placiera en ese segundo.
Sintió entonces los secos labios, apetecibles, de la rubia y luego su lengua cálida danzar entre ambos, separándolos y uniéndolos a su vez. Entonces Owen no dudó en relamerse el también, como excusa nada más, para poder rozar la lengua ajena con la propia, lentamente, provocándola aun más. Le sostuvo la mirada mientras la observaba sonreír, y la mantuvo, ladina, astuta y sagaz. ¿Cuál sería su próxima jugada?

—¿Qu-..?— estuvo a punto de inquirirle, sin ganas de adivinar realmente, más deseando que fuera retórica y realmente le dijera. Más se vió –placenteramente interrumpido- por aquel beso efímero, seguido de una mordida que le tomó por sorpresa y arrebató una exclamación bien ahogada. —¿Y si lo quiero togdo francesa?— preguntó, dejándose caer de pie, intentando no separarse de ella, más sin lograrlo. Mientras sus palabras además de irónicas, buscaban bromear con el acento gutural de la ojiverde. Dio dos pasos, cortando toda distancia y posó ambas manos en las cinturas de ella, reposándolas allí mientras la acariciaba lenta y suavemente. La miró a los ojos y sonrió con descaro. Milésimas de segundos antes de ser él quien la besara, al principio de manera suave y corta, separándose. No iba a darle el gusto tan rápido. Rió viéndola a los ojos y le mordió con fuerza el labio inferior, para atraparlo. Y a continuación lo succionó, masajeándolo con sus dientes, buscando el placer ajeno.

—Oh, no creas que obtendrás esa respuesta tan fácilmente— replicó el moreno, mientras daba un paso con una sonrisa ladina y enigmática en su rostro, postrada ante ella. Se cruzó de brazos y chasqueó la lengua. —Deberás ganártela esa respuesta…— masculló con diversión el búlgaro, mientras le guiñaba un ojo posteriormente con picardía y a la vez coquetería.

Las reacciones de la rubia, por no decir nulas, fueron insatisfactorias. Aquello fastidiaba a Owen de sobremanera. No había modo humano posible en que no hubiera sentido nada, al menos disgusto. Pero no lo demostró. Actuó, actuó para ella, para separarse y luego mirarlo, de ese modo puntual y particular. El ceño del búlgaro se arrugó. ¿Resultaría ser de esas francesas que se creían refinadas y buscaban “jugar” con uno, calentándolo a gusto? ¿Tratando de provocarlo por un cínico placer propio? De ser así, los niveles considerados por Owen de la chica, en lo referido a la estupidez, acababan de ascender dramáticamente. De no serlo… Bueno, debería jugar mejor sus cartas.

—Oír eso me agrada…— admitió el búlgaro, dando la cuerda un poco a ceder. Si bien ella era eso lo que quería, Owen sabía manejar la situación. No se trataba de quien cedía primero. Sino de quien realmente obtenía lo que quería antes. Y una vez que logró apresar su labio, supo que la pondría contra las cuerdas. Continuó succionándolo mientras lo mordía con suavidad a la vez y jugaba con sus dientes sobre él. Sus manos, aun más intrépidas, se deslizaron por el cuerpo de la joven. Acariciando y rozando con suavidad su piel, pasó por sus costados a su espalda baja y la rodeo, apegando y juntando sus cuerpos lentamente el uno al otro, en un abrazo. Le clavó su mirada y separó lentamente su rostro del ajeno, sin liberar el labio, dejando que este se deslizara solo, haciéndole padecer aquel tortuoso gozo que era el roce de sus mafileños dientes sobre el mismo. Acabó por separarse y liberar su boca, para dedicarle una mirada burlona y dibujar una sonrisa divertida en su rostro, sin jactarse de nada –por ahora-. Ladeo un poco el rostro y la miró, sumamente divertido. —¿Qué acaso te han comido la lengua los ratones, rubia?— inquirió el Durmstrang ante la falta de respuestas que tenía de ella, frente a sus preguntas u comentarios.

Su ceño se frunció ante tan pobre respuesta. En cierto modo le disgustaba porque hacía que él se sintiera como un idiota. Y por otro lado le disgustaba el modo en que le sonrió, como si tratara de vacilarlo u humillarlo, sentirse más que él. ¿No habían superado ya la edad y la etapa para ello? Al parecer la muchacha no. Una verdadera pena. Continuó rodeando con sus manos el cuerpo de la muchacha, acariciando lenta y sutilmente por encima de la tela, pero de un modo diestro y eficaz. Sentía la calidez de su cuerpo desprenderse y la piel suave aún bajo el hilo de su ropa.
Liberó finalmente su labio. Era perspicaz y pudo notar la cara y la mueca de disgusto que plasmó la rubia nada más iniciar con sus juegos. ¿No le gustaba o es que le dolía? ¿Y si acaso era primeriza en todo aquello? Más de una vez Owen se había cruzado con niñatas que jugaban con fuego, que se creían mucha cosa y por no querer quedar mal actuaban y abrían la boca de más, llegando al punto de no poder echarse atrás. Y en la hora de la verdad, inevitablemente, quedaban expuestas, totalmente ridiculizadas por aquella actitud inicial.
—Podría ser uno para ti, pero no sería mi primera elección…— susurró con la voz un poco ronca y sonrió de lado. Tratando de mostrarse amable y divertido, un poco juguetón también, mientras la sonrisa que enseñaba sus perfilados dientes acompañaba la broma que segundos antes acababa de soltar. Notó la tela de su camisa deslizarse por la cintura de su pantalón y la mano de la rubia recorrer en contacto directo con la piel de su bajo vientre. El contacto con la atmósfera hizo que si piel se erizara y le diera un escalofrío. Más el contacto con la mano y la caricia en si, hizo que se estremeciera en una tensión y relajación de sus músculos.
Una ceja en su semblante se pronunció, permaneciendo elevada y estática. De aquella forma, con una expresión incrédula, sorprendida, con su ceja arqueada, la observó a los ojos. Cuanta indiscreción, que directa, la chica comenzaba a agradarle un poco más. Sonrió con picardía y sumo entretenimiento, apurándose a corresponder el beso. Una mano reafirmó su agarre por la espalda de ella y la otra ascendió por un costado de su torso acariciándolo. Mientras tanto, sus labios presionados a los de ella, dejaban espacio para que él también pudiera emplear su lengua y acariciar, delinear los labios y la boca de la francesa. Palpitante, notaba nacer una nueva atmósfera en la torre de astronomía, una que hacía que su pulso se acelerase y la temperatura de su cuerpo aumentase. Cada vez le quedaban menos chances de echarse atrás. Sin embargo, no es como si Owen deseara hacerlo, mucho menos a esa altura.