Cien años han pasado ya desde que el juego de tronos diera inicio. Cien largos años, tres generaciones y poco más en los que el carmín que teñía la tierra del continente en disputa por el autoproclamado conquistador dejó atrás un reino desgarrado y pueblos desamparados a la inclemencia de señores déspotas que habían olvidado sus votos para con señor y tierra. Los jirones de los reinos fueron tomados muchas veces por manos ambiciosas, depuestas una tras la otra, en una lucha interminable de poderes, todo entre susurros y sonrisas... Hasta que finalmente, el vuelo del dragón trajo un sentido de unidad a la disensión, con fuego y sangre. La arena se agitó fuerte a su sombra, tormentas azotaron, espinas volaron como águilas sobre el río, algunos apretaron fuerte hasta casi ahogar en aguas turbulentas a sus enemigos, pero al final, el invierno acabó.

Para cuando Aenys Targaryen hubo establecido el orden que su viejo padre hubo negligido, era el ya un hombre y un padre, y el ciclo debía continuar. Postrado quedó, tal cual su dragón, ambos volviendo cambiados de una corta expedición a Valyria. Tardó un poco, pero eventualmente, sucumbieron los dragones, dejando el reino en manos de quienes habían sido sus confiables consejeros y su pequeño hijo, Rhaego. Otro inicio, un nuevo rey, una canción que sonaba terriblemente conocida. Una canción de hielo y fuego.

Ahora, sólo ahora, es tiempo de que los hijos del verano decidan cual será la siguiente escena. Sólo ellos pueden decir basta... ¿O es que la historia está condenada a repetirse? La respuesta viaja en alas negras tras la fría brisa que precede la llegada de un nuevo episodio... El invierno se acerca.