No, otra vez tu no || Gabriel D. Spoto

❝ No, otra vez tú no

10 enero • 13:20 • Pasillo de enfermería

Al final, todo había quedado en un susto. Aquél frío que calaba hasta los huesos consiguió traspasar los muros del colegio, helando el suelo del pasillo de la segunda planta, aquél cuyo baño no transitaba nadie y  que siempre estaba inundado. ¿Resultado? Una placa de hielo, una torcedura de muñeca y todos sus pergaminos desparramados por el suelo. Al menos, se consoló la pelirroja, no había nadie allí para poder burlarse...

Soportó estoicamente las clases de la mañana sin un solo mal gesto, sin un quejido, hasta que llegó la hora de la comida y abandonó a sus compañeros para subir hasta la primera planta, a la enfermería. Alex no era de esas chicas que buscasen llamar la atención... Más bien lo contrario. Siempre intentaba quedar en un segundo plano, alejada de las miradas incómodas y ajena a los comentarios que pudiesen hacer sobre ella. Por eso eligió aquel momento, porque sabía que el lugar estaría desierto.

Tras una breve visita y un encantamiento que repuso su muñeca sin ningún efecto secundario, Alexandra volvió a los pasillos, dispuesta a caminar con paso firme en busca de unas migajas de comida en el comedor, o a rogar en las cocinas por un poco de las sobras de aquél día. Quizá, más tarde, buscara a Owen... Se sonrojó sólo de pensarlo.

En el pasillo brillaba un sol traidor que, pese a templar suavemente su piel, no era más que un espejismo que se dejaba ver entre las nubes que amenazaban tormenta. Se detuvo un instante, contemplando su reflejo en el cristal, hasta que oyó unos pasos en el corredor. Se detuvo y giró sobre sí misma con lentitud, rezando para su adentros por evitar encuentros incómodos o que la entretuviesen demasiado.

Y allí estaba él. ¿Acaso no había suficientes alumnos en todo el colegio que tenía que toparse con el único Slytherin que parecía encontrarla entretenida? Y no precisamente en un buen sentido. Cuando tenía cerca a Spoto se sentía como un ratoncillo de laboratorio: un pequeño ser que era fruto de experimentos, con el que jugar a placer. No obstante, no se atrevía a salir corriendo ni a darse la vuelta y volver a entrar en la enfermería porque sabía que la seguiría, pues cuanto más público, más lo disfrutaba. Al menos, en ese momento, no había gente por allí.

Alexandra suspiró suavemente, resignada y esquivando en todo momento la mirada del chica. –Na-nada... –Musitó, llevándose de forma inconsciente la mano a la muñeca que hasta hace unos instantes estaba inflamada. Volvió a mirar tras de sí, esperando que nadie saliese de la enfermería en ese momento y los viese hablando, pues no tenía ganas de dar explicaciones... De ningún tipo.

Se quedó en silencio, mirando al suelo de piedra, sintiendo el suave calor del sol que se filtraba a través del cristal. El aire parecía pesar y la mente de Alexandra funcionaba a cámara lenta, como si la idea de huir fuese absurda y no se molestase en procesar vías de escape. Ella no estaba hecha para aquél tipo de situaciones. Ella era un ratón de biblioteca, que disfrutaba entre libros o con conversaciones ligeras en los terrenos, con sus amigos, con aquellos a los que conocía y con los que, tras mucho esfuerzo, habían conseguido formar parte de su pequeño círculo de amigos.

Pensó un instante en lo incómodo de la situación y se preguntó qué pasaría por la cabeza del chico. Estaba segura de que estaría disfrutando con ello. –Y... –Murmuró, dubitativa. –Y... ¿Qué estás haciendo tú aquí? –Bueno, ya que no tenía perspectivas de huída, quizá si se mostraba amable conseguiría abrirse paso hasta el Gran Comedor sin ningún incidente.